CARTA NAVIDEÑA 2024
Amados en Cristo Jesús, Príncipe de Paz.
¡Celebremos la época navideña con paz, alegría, gozo y llena de bendiciones!
La paz es importante siempre. Hoy, la leemos en las cartas navideñas, la cantamos en los himnos litúrgicos, la escuchamos en la Sagrada Escritura, en las homilías y reflexiones. La incertidumbre que trae la guerra, el terrorismo, la inestabilidad, la corrupción y la violencia, hace difícil conciliar lo que leemos, cantamos y escuchamos sobre la paz con lo que vemos y vivimos en el mundo.
El tiempo de Adviento nos invita a comprender la triple dimensión de nuestra espera. Como las ondas que provoca una piedra arrojada en un estanque de aguas tranquilas, en un lago con su superficie hecha un espejo, ellas se expanden casi sin límites:
- El pasado nos invita a recordar con el don de la FE, el paso de Dios por nuestra historia; la espera del Mesías del Pueblo elegido, como lo anunciaron los santos profetas; su llegada no fue buena noticia para los poderosos de ese tiempo y de hoy, reyes títeres o dictadores… Juan Bautista lo señaló: el “Cordero de Dios”.
- Vivimos con los creyentes este tiempo presente, una nueva Navidad, acogiendo las constantes visitas que el Señor Providente nos hace por su AMOR.
- Con toda la humanidad abrimos el corazón con ESPERANZA mirando el futuro anhelando la llegada de una Paz definitiva.
Como lo proclama María en su Magníficat, confesamos que el Todopoderoso “Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su misericordia” (Lucas 1,54) Nuestro presente aparece incierto, doloroso y difícil de comprender y asumir; este “hoy” nos anima a celebrar una nueva Navidad, el Nacimiento de Cristo, el Mesías, el Ungido, el Elegido: “Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado. La soberanía reposa sobre sus hombros y se le da por nombre: “Consejero admirable, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de la paz” (Isaías 9,5)
Nadie tiene una solución universal para la paz, pero sí la capacidad de tocar los corazones de vecinos, amigos y familiares, para reconciliarnos y obrar con misericordia. ¿Hay maneras de proceder hacia el perdón y la sanación? ¿Cómo se preparó para la Navidad?, ¡creando un espacio para Cristo en su corazón! Después, tomar la paz y compartirla con su familia y con todos. La caridad empieza en el hogar. Si tenemos conflicto interno con amistades o con la familia, obremos ahí primero. Por medio de la reconciliación, dejamos una huella. Guardamos en nuestros corazones las palabras de Jesús en la Última Cena: “Les dejo la paz, mi paz les doy; yo no la doy como el mundo la da. No se turbe su corazón, ni se acobarde” (Jn 14,27)
Al buscar modelos de aliento en épocas de tribulación, ahí está la Sagrada Familia. María y José recorrieron un largo y peligroso camino para proteger a Jesús. Pese a su agotamiento, se mantuvieron firmes en la fe y confiaron en el plan de Dios para ellos. Imitemos a María y a José y celebremos con reverencia y alegría que: “El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1,14) Al hacerse carne humana, Jesús se unió a nosotros en nuestra existencia terrenal. Que en esta Navidad seamos morada del Verbo al confiar nuestras dificultades, cruces y propia vida a su infinito amor y a su divina misericordia. En Él, encontraremos la fortaleza y la gracia.
Dios nos invita, por medio de San Pablo a dejar “que la paz de Cristo reine en sus corazones: esa paz a la que han sido llamados porque formamos un solo Cuerpo” (Col 3,15) Que seamos instrumentos de la paz y la compasión de Cristo en un mundo que necesita desesperadamente el testimonio de nuestra fe y unidad. Animémonos y apoyémonos unos a otros en la fe con un compromiso renovado de servir a nuestros hermanos más necesitados, esforzándonos a diario por imitar a Cristo.
Al desearles una Feliz Navidad, no quiero hacerlo como un autómata que dice a todos lo mismo. Puede dar la impresión, por esta Epístola, que mi felicitación no es más que un deseo genérico, pero manifiesto mis más profundos sentimientos. Sé que cada uno lleva en el corazón una necesidad, una ilusión, una esperanza, y quizás una frustración o una pena. Pues, para todos, donde se encuentren y sea cual sea su situación, va mi saludo y felicitación navideña más sincera y personalizada.
No soy un mago para hacer que mis palabras tengan un efecto inmediato. ¡Cómo me gustaría hacer felices a todos! Mi saludo y buenos deseos en estos días tiene fuerza y valor porque los ofrezco en nombre de quien ha venido de Dios a traer la felicidad. Además, mi felicitación navideña es la de un cristiano que vive de la fe y sabe que la Navidad es el acontecimiento que ilusiona a cualquier corazón, por muy herido que esté. Decir, ¡Feliz Navidad! es reconocer un misterio de amor; el increíble misterio de ver a Dios en la humilde condición de Niño recién nacido, no en las mejores condiciones, sino pobre y frágil. Dios ha querido que sea así este misterio, por eso, no hay ninguna situación humana, por muy difícil que sea, en la que no pueda sentir que la Navidad llega con el amor y la felicidad de Belén.
La Navidad pretende, y muchas veces lo consigue, romper nuestro aislamiento, si esa es nuestra situación; porque Navidad es dejar de pensar sólo en uno mismo y ponerse a disposición de los otros. Por eso, el mejor modo de felicitar la Navidad es decir a los demás: cuenta conmigo, aquí estoy yo que, por amor de Dios, tengo lo que buscas. Que estos días todos encuentren en nosotros, en nuestra caridad activa, la solución a los problemas que sienten en su cuerpo, alma y espíritu.
Esto siempre será posible, si le ponemos corazón a nuestra mirada al Portal de Belén, en el que encontraremos a Jesús, María y José, una familia humana, en la que ha entrado el gozo divino, una familia en la que se inspira y se enriquece la nuestra; porque toda familia humana es un proyecto divino que se realiza en el amor humano.
Dice Pablo: “Porque Cristo es nuestra paz; él ha unido a los dos pueblos en uno solo, derribando el muro de enemistad que los separaba y aboliendo en su propia carne la Ley con sus mandamientos y prescripciones. Así creó con los dos pueblos un solo Hombre nuevo en su propia persona, restableciendo la paz, y los reconcilió con Dios en un solo Cuerpo, por medio de la cruz, destruyendo la enemistad en su persona. Y él vino a proclamar la Buena Noticia de la paz, paz para ustedes, que estaban lejos, paz también para aquellos que estaban cerca” (Efesios 2,14-17)
La novedad de Cristo abre más y más los horizontes de nuestra mirada, de nuestro corazón y de nuestras palabras. Por Él, con ÉL y en ÉL, comprendemos cómo todos los hombres de buena voluntad buscan la paz, corren tras ella. A lo largo y ancho de nuestro territorio, el campo se viste con los colores de las cosechas. Más allá de los avatares o sorpresas del clima, tras una sequía más o menos prolongada y algunas lluvias oportunas, se contempla el fruto de la tierra y del trabajo humano… que nos invita a mirar al cielo con renovadas expectativas: ¡que las cosas mejoren para todos!
Dios siembre su buena simiente en la oscuridad de nuestras “grietas” para que en los surcos, las crisis o pruebas no se transformen en inútiles y estériles conflictos; que sean providenciales signos de Justicia y Paz. Que podamos atesorar y contemplar las “semillas del Verbo” (de la Palabra) que brotan desde nuestro pasado acunadas por la Fe; semillas que germinan en el presente asumido y sanado con Amor y que brindarán una cosecha generosa en el futuro preñado de Esperanza: “Les aseguro que, si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto. El que tiene apego a su vida la perderá; y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna” (Juan 12,24-25)
San Juan Pablo II en su mensaje para la Jornada Mundial de la Paz decía: “La paz es obra nuestra: exige nuestra acción decidida y solidaria. Es, por encima de todo, un don de Dios: exige nuestra oración. Los cristianos deben estar en primera fila entre los que oran a diario por la paz; deben educar a orar por la paz; procurarán orar con María, Reina de la paz. A todos; cristianos, creyentes y hombres de buena voluntad les digo: no tengan miedo de apostar por la paz, de educar para la paz. La aspiración a la paz no quedará nunca decepcionada. El trabajo por la paz, inspirado por la caridad que no pasa, dará sus frutos. La paz será la última palabra de la Historia”.
Amados, en esta fiesta de la Providencia de Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo que nos ha bendecido en Cristo “y nos ha elegido en él, antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos e irreprochables en su presencia, por el amor” (Efesios 1,4) ¡La Familia de Radio María les deseamos una Feliz, Santa y Solidaria Navidad y un Año Nuevo fecundo de cosas buenas, verdaderas, bellas ¡cosas de Dios!
P. Marco Bayas O. CM