2025 de esperanza

Este año la Iglesia se ha enfocado en vivir la virtud de la Esperanza y es una invitación especial para vivir este año como ningún otro. Recordemos que son tres las virtudes teologales: fe, esperanza y caridad, hay que pedirle insistentemente a Dios que las aumente en nosotros porque solo vienen de Él por el bautismo, pero ¿En qué consiste le esperanza?

La esperanza consiste en que cada ser humano tiene una misión que cumplir en esta vida, una razón para su existencia. Más allá de las circunstancias, el alma anhela profundamente el amor, “El ser humano necesita un amor incondicionado”, el amor de Dios para salvarlo de su miseria y que lo libere de ella. Por otra parte, el mundo actual se ha ocupado en sustituir esta necesidad con placeres que mimetizan esta libertad. En la imposibilidad de verse libre de sus pasiones, el ser humano cambió el ideal de ser virtuoso con el de verse exitoso y a esto contribuyó el avance científico con la falsa sensación de que incluso el mundo exterior puede adaptarse a nuestras conveniencias.

Aprovechemos para acrecentar esta virtud pues toda la Iglesia, en unión sinodal, está rezando por ella y la oración en conjunto tiene más valor, pues donde hay dos o más en mi nombre ahí estoy yo, cuanto más si es todo el pueblo de Dios, como el antiguo Israel. Este año debemos fortalecer nuestra esperanza por medio del Espíritu Santo, quien nos lleva a Jesucristo, nuestro camino hacia el Padre. La esperanza humana vino a posarse en el progreso, pero este ideal muere cuando muere el cuerpo, sin embargo, el espíritu anhela algo más, algo eterno.

Jesucristo no solo nos ama, sino que nos entrega la posibilidad de la redención por medio de sus sacramentos, para sanar nuestras inclinaciones y mirar a la verdadera razón de la existencia: amar a Dios y servir al prójimo para llevarlo a Él. La misión de esta vida es hacer como Cristo: mostrar el camino al Padre, que es Jesús, demostrar con nuestro amor que Él vive en nosotros, pero para ello el Espíritu Santo puso deseos en nuestro corazón que cuando se ordenan al fin de llegar a Dios, funcionan.

En el antiguo testamento, en el Levítico se celebraba año jubilar cada 50 años en el que se proclamaba la libertad en toda la tierra, se perdonaban las deudas, se prohibía trabajar la tierra para descansar, se liberaba a los esclavos, etc. Más adelante, la Iglesia también lo aplicaría como una gracia de Dios que dice: “arrepentíos y convertíos de vuestros delitos y no caerás en pecado. Quitaos de encima los delitos que habéis perpetrado y estrenad un corazón nuevo y un espíritu nuevo; y así no morirás, casa de Israel. Pues yo no me complazco en la muerte de nadie”. (Ez 18, 30-32).

En 1300, Bonifacio VIII, en conmemoración por la Redención proclama año jubilar cada 25 años pues antes se celebraba cada 100 años y después cada 50 pero para que cada generación tenga la oportunidad de vivir esta gracia se acorta el tiempo y además se permite que el Papa convoque jubileos extraordinarios. El sentido del año jubilar es que nos arrepintamos y cambiemos de vida para vivir el plan que Dios trazó para nosotros desde el inicio, con la certeza de volver a empezar de cero, pues si en el orden natural el tiempo es irreversible y los errores se acumulan, en el ámbito sobrenatural se puede recuperar todo lo perdido y que en adelante nada podrá separarnos de Cristo (Rm 8: 37-39).

Por último, la antigua tradición de ganar la indulgencia plenaria cruzando la Puerta Santa es un símbolo del Encuentro con el Señor Jesús, <<puerta>> de la salvación (Jn 10,7.9). Esta Indulgencia se aplica para quien cruce la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro del Vaticano, pero con el fin de que en todo el mundo pueda celebrarse el júbilo de la esperanza se han designado otras Iglesias en todo el mundo.

Los requisitos para ganar la indulgencia son:

  • Arrepentimiento de los pecados para poder ser confesado ocho días antes o después de cruzar la puerta.
  • No tener apego al pecado, o sea, detestar cualquier pecado.
  • Comulgar ocho días antes o después de cruzar la puerta.
  • Orar por el papa Francisco.

¡Ánimo, para vivir una vida plena de la mano de Jesús y de María! Ahora podemos ir a compartir las alegrías de Dios y para ello tenemos sus herramientas: los sacramentos, la misa donde Jesús nos da su cuerpo y su sangre para que fluya en nuestras venas, la confesión para debilitar al pecado y aumentar en nosotros la gracia para vencer al demonio, la oración para darnos sus instrucciones y el rosario, arma indispensable, para que  sea mamá María la que nos consiga de Jesús la perseverancia y el poder hacer posible vivir el Reino de Dios en nuestras vidas. Que sea ella la que nos abra los caminos y nos ampare de los tropiezos del maligno para poder vivir este año Jubilar, ganar las indulgencias y llevar al mismo Dios a los corazones de todos nuestros conocidos.

  

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