Audiencia General Papa Leon XIV del 24 de septiembre 2025
Audiencia General del Papa León XIV – 24 de septiembre de 2025
El Papa León reflexiona sobre el misterio del Sábado Santo, un día en apariencia inmóvil y silencioso, pero en el que se realiza una acción invisible y decisiva de salvación. Se recuerda que Cristo desciende a los infiernos, no como un lugar físico, sino como una condición existencial marcada por el dolor, la soledad, la culpa y la separación de Dios. En este descenso, Jesús lleva la luz de la resurrección a quienes estaban en tinieblas, demostrando la radicalidad del amor de Dios, que llega hasta el último rincón de la existencia humana.
Este gesto expresa que el amor de Cristo no se detiene ante el pecado ni ante el rechazo del ser humano, sino que busca rescatar incluso en el abismo más oscuro. La tradición lo describe como un encuentro conmovedor: Cristo toma de la mano a Adán y Eva, símbolo de toda la humanidad, para levantarlos de la muerte y conducirlos a la vida. El mensaje es claro: la muerte nunca tiene la última palabra, porque el poder del amor de Dios se manifiesta en solidaridad y misericordia. Cristo no resucita solo, sino llevando consigo a toda la humanidad, abrazando sus miserias para transformarlas en vida nueva.
El descenso de Jesús no es un hecho del pasado, sino una realidad que toca a cada persona hoy. Los “infiernos” pueden ser la experiencia cotidiana de la soledad, la vergüenza, el abandono o el cansancio de vivir. Allí también Cristo entra con discreción y ternura, no para juzgar, sino para liberar y salvar. La tradición de la Iglesia lo presenta como un abrazo silencioso en el que Dios vuelve a colocar a toda la creación en su plan de salvación. Ningún pecado, vínculo roto o historia dañada queda fuera de su misericordia.
El mensaje es profundamente esperanzador: si alguna vez sentimos que hemos tocado fondo, ese es precisamente el lugar desde donde Dios puede comenzar una nueva creación. No existe corazón tan cerrado ni tumba tan sellada que no pueda ser alcanzada por su amor. Descender para Dios no es derrota, sino la expresión más plena de su fidelidad, la confirmación de que ningún lugar está demasiado lejos ni ningún ser humano demasiado perdido.
El Sábado Santo, por tanto, es el tiempo en que el cielo visita la tierra en su hondura más profunda. Es el signo de un Dios que desciende para elevar, que transforma las tinieblas en luz y que no abandona a nadie en el silencio de la muerte. La resurrección se revela como victoria compartida: no un triunfo individual de Cristo, sino la salvación de toda la humanidad. Este misterio consuela, sostiene y anima a confiar, recordándonos que el amor de Dios es capaz de levantar lo que parecía definitivamente perdido y devolver la esperanza incluso en medio de la noche más oscura.