Audiencia General Papa Leon XIV del 1 de octubre 2025

Audiencia General del Papa León XIV – 1 de octubre de 2025

La Resurrección de Jesús constituye el centro de la fe cristiana y la raíz de nuestra esperanza. Los evangelios muestran que este misterio no solo sorprende porque el Hijo de Dios venció a la muerte, sino también por la manera en que eligió revelarse. Cristo resucitado no aparece con poder triunfal ni con ánimo de venganza frente a quienes lo condenaron o abandonaron, sino que se presenta con mansedumbre, manifestando que el amor es capaz de levantarse tras la derrota y seguir avanzando con fuerza imparable.

A diferencia de la reacción humana natural ante el sufrimiento, que suele inclinarse hacia la rabia o la revancha, Jesús resucitado no busca ajustar cuentas. Su actitud es la de un amor reconciliado que no guarda rencor, que no humilla ni chantajea, sino que ofrece paz. Sus primeras apariciones a los discípulos se caracterizan por la discreción y la paciencia: se acerca a ellos respetando su miedo y su culpa, con el único deseo de restablecer la comunión.

El cenáculo es un signo claro de ello. Los discípulos estaban encerrados y paralizados por el temor, pero Jesús se presenta en medio de ellos con un saludo simple y extraordinario: “La paz esté con ustedes”. Ese saludo va acompañado de un gesto decisivo: mostrar sus manos y su costado heridos. Podría parecer contradictorio que exhiba las llagas justamente a quienes lo traicionaron, pero en realidad esas heridas son la prueba de un amor que ha perdonado y que no se ha echado atrás en el momento de mayor dolor. No son un reproche, sino un signo de misericordia y reconciliación.

Las llagas del resucitado nos enseñan que la Resurrección no borra el pasado, sino que lo transforma. El dolor no se niega, se convierte en fuente de esperanza y en garantía de perdón. Mientras los seres humanos solemos ocultar nuestras heridas por orgullo o miedo a parecer vulnerables, Cristo las muestra con sencillez como signo de que el amor es más fuerte que cualquier traición. Así, el resucitado se presenta desarmado, libre de resentimiento, y con la paz de quien ha sufrido por amor y ha encontrado en ello un sentido pleno.

En este contexto, Jesús confía a los discípulos una misión: “Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo”. Con estas palabras, transforma su experiencia de fracaso en un punto de partida. Ellos, que habían huido y negado, son ahora los mejores testigos del perdón recibido. Por eso Jesús les da el Espíritu Santo, el mismo que lo sostuvo en la entrega hasta la cruz, para que puedan convertirse en instrumentos de reconciliación en el mundo. Desde entonces, la misión de la Iglesia no consiste en ejercer poder sobre otros, sino en anunciar la alegría de haber sido amados y perdonados incluso en la fragilidad.

La fuerza de esta experiencia fundó la comunidad cristiana: hombres y mujeres que descubrieron la belleza de volver a la vida y de entregarla a los demás. El testimonio de los apóstoles, sostenido por el Espíritu, proclama que Dios levanta, restaura y devuelve la confianza a quien se había sentido perdido.

Este anuncio también nos alcanza hoy. Nosotros mismos somos enviados como testigos de misericordia. El Señor nos muestra sus heridas y nos repite: “La paz esté con ustedes”. Nos invita a no ocultar nuestras propias cicatrices, sino a presentarlas como testimonio de su acción sanadora. Así podemos acercarnos a quienes viven prisioneros del miedo o de la culpa y acompañarlos con la certeza de que el amor de Dios es más fuerte que cualquier derrota.

El Espíritu Santo nos capacita para ser signos vivos de paz en un mundo herido por el odio y la violencia. La misión cristiana es, entonces, anunciar y encarnar la esperanza que brota de un amor que sabe perdonar, que reconstruye y que se entrega.

En conclusión, la Resurrección de Jesús no es solo un hecho pasado, sino un acontecimiento que transforma la vida presente de quienes creen. Nos invita a reconciliarnos con nuestras propias heridas y a descubrir que la verdadera victoria del amor no consiste en borrar el sufrimiento, sino en transfigurarlo en fuente de vida. Como discípulos, estamos llamados a ser testigos de esta paz y de esta esperanza, instrumentos de misericordia en medio de un mundo que anhela reconciliación.

Fernando Arroba

Voluntario Radio María Ecuador

  

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